Este es
nuestro hoy, provincias del norte
Ciudades sumidas en el desastre
Los libros
empapados que antes supieron contar cuentos
El espejismo
de la negligencia.
La
naturaleza nos sujetó con fuerza
Convirtiéndonos
en ordinarios animales
Despojados
de nuestra ropa
Aferrados a
los árboles rezando
Por más ateos
que fuéramos.
Y pobres de
los que ahora golpean su pecho con fuerza
Lloran con
lágrimas secas
Y elevan los
dedos índices con facilidad
Intentando
tranquilizar el doloroso sentimiento
De culpa que
produce el remordimiento.
Pero no
Culpable
vos, culpable yo, culpable todos
Culpables
los que suponiéndonos amos y reyes
Manejamos el
mundo a nuestro antojo
Y
desconocemos nuestra innata condición de peones
Hasta que el
desastre es ineludible a los ojos.
Desgraciados
los que perecieron a la injusta ecuación
De tener
mucho o poco
Encontrando
la injusta equivalencia
De no tener
nada.
Pobres los
que vagan alarmados y errantes
Por un océano
de barro, de recuerdos hundidos,
Regresando a
los restos…
Ahora
espontáneas masas divagan por las diagonales
Diversas,
heterogéneas
Pero
convergen en la desidia y el dolor,
Donde nace
la semilla del desasosiego.
Y entonces,
las manos comienzan a extenderse
No conocen
raza, geografía o edad
Al principio
sólo un par de manos
Que luego se
multiplican
Por dos, por
veinte, por mil
Acortando
distancias
En sus
palmas traen esperanza
La fuerza
requerida para reconstruir los cimientos
De aquellas
sonrisas que hoy no ríen.
Aportan la
ilusión necesaria
Para perder
la paranoia que nos consume
El miedo que
nos acongoja
Cuando el
firmamento se tiñe de gris.
Acarrean la
paciencia necesaria
Para
aprender a vivir con los fantasmas
Los gritos,
la desesperación, las memorias
De aquella
noche que jamás será olvidada.
Por eso, y a
pesar de todo, nos sentimos bien,
Sabemos que
más allá de la distancia
Lejos, o
quizás no tanto,
Se siguen
extendiendo las manos que comprenden
Lo que nos
espera más allá del horizonte
No parece
tan malo…